Trump desata una guerra sin control | Opinión

En la noche del sábado 21 de junio, el gobierno de Estados Unidos se jactó de haber destruido las principales instalaciones nucleares de Irán con 14 bombas antibúnkers, más de dos docenas de misiles Tomahawk y más de 125 aviones militares.

Es probable que tres factores hayan incidido de manera directa para que la Casa Blanca tomara la decisión de intervenir y provocar una escalada bélica en el conflicto en curso en Medio Oriente.

El primer escenario, evidente, es que las dos semanas que originalmente planteó Donald Trump para evaluar si a Estados Unidos le convenía entrar en una guerra abierta era un plazo demasiado extenso para una confrontación que se define día a día, y en la que, más allá de los discursos épicos y victoriosos, ninguno de los actores en confrontación tiene la plena certeza sobre su triunfo.

En segundo lugar, Estados Unidos e Israel aprovecharon esta primera semana de combates para evaluar directamente, y sobre el terreno, con qué aliados realmente cuenta Irán y cuál es la red de solidaridades con la que se está desenvolviendo a nivel internacional.

En este caso, no es un dato menor que tanto Rusia como China, los principales aliados de la nación persa, han criticado a Israel por el escenario de desestabilización abierto en Medio Oriente y, al mismo tiempo, han mostrado su solidaridad con el país agredido. Pero sus declamaciones tienen límites bastante precisos.

Moscú ofreció su mediación ya que, si bien en términos geopolíticos su aliado es Teherán, al mismo tiempo teme que el escenario bélico pueda afectar a la población chiíta en el Asia Central, una zona inestable y que podría alterar la difícil convivencia en Afganistán, Irak y Siria.

El temor se dirige especialmente a dos naciones con las que Rusia tiene influencia directa: Turkmenistán y, más aún, Azerbaiyán, con la que Irán comparte una similar composición étnica y religiosa pero que, sin embargo, mantiene una estrecha alianza con Israel, estableciendo un complejo juego de pesos y contrapesos en el mapa político del Cáucaso.

Por otra parte, y más allá de las obvias diferencias ideológicas entre ambos, Vladimir Putin suelen tener un diálogo constructivo, aunque pragmático, con Benjamin Netanyahu. Ambos dirigentes se respetan y, sin cruzar líneas rojas, tratan de cuidar las relaciones entre los países que gobiernan, fundamentalmente, por la importante presencia rusa en Israel, calculada en un 15% de la población total, a lo que se suman el volumen del intercambio comercial y turístico, y la mínima intromisión en los problemas de ambos gobiernos. Netanyahu trata de mantener el equilibrio entre Rusia y Ucrania y, de manera casi recíproca, Putin ha evitado pronunciarse en el conflicto con Hamas.

Por su lado, China deploró también el accionar de Estados Unidos. Para Beijing, la pacificación en la región no sólo es un imperativo humanitario, ya que se trata de una crisis cuyo empeoramiento atenta directamente contra su tan ambicionado proyecto del Cinturón y la Ruta, una extensa vía comercial que debería discurrir desde el Océano Pacífico hasta el centro de Europa.

De manera previsible, tampoco los países árabes, de mayoría sunnita, se comprometieron activamente frente a la agresión hacia otra nación, también islámica, pero en la que prevalece la vertiente chiíta. No sólo eso: la millonaria venta de armamento a Arabia Saudita concretada en la reciente gira de Trump por los países del Golfo Pérsico cobra mayor sentido no tanto frente a un eventual ataque de Israel o de una potencia occidental hacia la monarquía saudí sino frente a una posible respuesta de Irán en medio de un asedio bélico como la que enfrenta por estas horas.

Las potencias europeas deploran la entrada de Estados Unidos en el conflicto, pero perciben que es una realidad inevitable en medio de una guerra en expansión y en la que optan por no intervenir. Las declaraciones del canciller alemán, Friedrich Merz, de que Israel está haciendo el “trabajo sucio”, son suficientemente reveladoras sobre el sentir occidental en torno a esta coyuntura.

Por último, el tercer factor a tomar en cuenta es que, con el ataque a Irán, la Casa Blanca no sólo intenta doblegar a una potencia emergente que rechazó someterse a sus dictados y lineamientos, infligiendo un castigo que, sin duda, disparará todo tipo de consecuencias políticas y económicas, sino que además desafía directamente el extenso poder de Rusia y de China, al intervenir directamente en un territorio estratégico en donde nunca debería haber penetrado.

Es falso suponer que Netanyahu condujo a Trump hacia esta situación extrema: se trata de un reduccionismo que contradice toda dinámica de las relaciones internacionales, que suele ser mucho más compleja, y en la que intervienen múltiples actores y circunstancias. Estados Unidos tiene intereses en Irán, por ejemplo, en torno a la provisión de recursos naturales, petróleo y gas, que no necesariamente coinciden con los de Israel.

En el fondo, y como si se tratara de una gastada película de cowboys, Trump espera que ni Putin ni Xi Jinping acudan al rescate de Alí Jamenei, cuya cabeza ya tiene precio: ha trascendido, además, que el ayatolá ya ha elegido a, al menos, dos herederos para su ocasional reemplazo.

Mientras Estados Unidos aprovecha la actual guerra para afianzar su poder en Medio Oriente, sin plena certeza sobre como responderán sus oponentes, pero con creciente desconfianza hacia Netanyahu, Teherán se prepara para dar una respuesta que, frente a todas las previsiones iniciales, podría no ser de carácter bélico. ¿Qué ganaría atacando a una o a varias de las 19 bases militares que Estados Unidos tiene en la región, con cerca de 40 mil soldados estacionados en ellas?

Probablemente, la respuesta de Irán sea de carácter económico cerrando el Estrecho de Ormuz, una ruta clave para el transporte de petróleo por el que cada día circulan 20 millones de barriles. Hoy el Parlamento iraní dio un paso clave para avanzar en ese sentido, por lo que el secretario de Estado Marco Rubio le solicitó a Beijing que interceda para evitar una medida de esta naturaleza.

Más allá de toda duda y especulación, hoy todo el planeta se encuentra, al menos, un paso más cerca del infierno y de una nueva guerra mundial. Pero en medio de tanta angustia y zozobra, algunos parecen celebrar, como ocurre en Islamabad, la capital de Pakistán, cuyo gobierno acaba de solicitar públicamente el otorgamiento del próximo premio nobel de la paz para Trump. 

Fuente: Página 12

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