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La crisis permanente de Pedro Castillo

Desde Lima

El presidente Pedro Castillo finalmente ha logrado unificar al país, pero lo ha hecho generando una oposición prácticamente unánime al gabinete ministerial que nombró el pasado martes. Ha sido de tal magnitud el rechazo que causó la designación del muy cuestionado congresista de derecha Héctor Valer como jefe de gabinete, que las críticas llegaron de todos lados y duró tres días en el cargo. El nombramiento en el segundo puesto en importancia dentro del gobierno de alguien que ha sido acusado ante la policía por su esposa y su hija de haberlas agredido a patadas y puñetazos, además de tener otras denuncias y una trayectoria política sinuosa, gatilló una indignación generalizada, lo que hizo insostenible su permanencia. Castillo quedó muy mal parado con esta tragicomedia de errores, personajes impresentables, marchas y contramarchas, indecisiones, traiciones y cambios de rumbo. Y quedó más debilitado y aislado por este episodio. Perdió aliados en la izquierda y el apoyo de sectores populares, y lejos de calmar a la oposición con el giro a la derecha que significaba este gabinete de corta vida, al unirse a un personaje tan cuestionado y fácilmente vulnerable como Valer dió munición a quienes desde un inicio lo han querido sacar.

Sin otra salida ante la avalancha de cuestionamientos, el presiente tuvo que dar marcha atrás y anunciar un nuevo cambio de su equipo ministerial. Lo hizo la noche del viernes en un breve mensaje televisado de cinco minutos, en el que no hubo autocrítica y no se refirió a las graves acusaciones de violencia familiar contra su breve jefe de gabinete. Esto le valió nuevas críticas. Al caer el jefe de gabinete deben renunciar todos los ministros. Al cierre de esta nota no se había designado el nuevo equipo ministerial, que será el cuarto en seis meses de gestión, dato revelador de la inestabilidad del gobierno.

Que Castillo haya pensado en alguien como Valer para encabezar el gabinete revela una vocación por el error y el suicidio político del presidente. Valer es un abogado ultraconservador de 63 años ligado al Opus Dei, un viejo oportunista de la política que en las elecciones hizo campaña contra Castillo pidiendo votar “contra el comunismo” y ahora se sube a su gobierno, que ha pasado por varios partidos y que en estos seis meses de gestión como legislador ha estado en tres bancadas: una de extrema derecha, otra de centro derecha y una tercera formada con disidentes del partido oficialista Perú Libre, agrupación que se define como marxista-leninista. Además de la denuncia por haber agredido a su ya fallecida esposa y a su hija, Valer también ha sido acusado de agredir a la psicóloga de un banco en el que trabajó cuando le tomaba un test, de haber golpeado al vigilante del edificio en el que vivía, haber dejado ese departamento sin pagar varios meses de renta, haber estado involucrado en un oscuro negocio con una municipalidad por lo que está investigado por colusión, y de tener deudas tributarias. Con ese prontuario, el rechazo a su nombramiento fue general y hubo pronunciamientos y movilizaciones de distintos colectivos sociales exigiendo su salida. Incluso tres ministros le pidieron públicamente que renuncie. Valer intentó aferrarse al cargo, pero su caída fue rápida. “Acepto mi derrota y me voy”, dijo, vencido. Se va dejándole una grave crisis al gobierno.

La derecha desconoció que Valer es uno de los suyos y lo atacó por sus oscuros antecedentes, los que había dejado pasar cuando estaba con ellos, y aprovechó al máximo la situación para irse con todo contra el mandatario y sumar a su estrategia para destituirlo. La extrema derecha, encabezada por el fujimorismo, ya intentó un golpe parlamentario en diciembre, pero fracasó y ahora, cosechando en los graves errores de Castillo, vuelve a la carga. Mientras este sector extremista y golpista apuesta todo a la destitución del presidente, otro sector de la derecha presiona para un nuevo gabinete que consolide el giro a la derecha anunciado con el gabinete frustrado.

El partido oficialista le hizo la guerra al gabinete anterior de la exlegisladora de izquierda Mirtha Vásquez por no ser propia y considerarla moderada, se distanció de Castillo por su acercamiento a otros sectores de izquierda, rechazó la designación de Valer como una concesión a la derecha y ahora exige que el puesto vaya para uno de sus dirigentes. Aliados progresistas de Castillo ajenos al partido, como la excandidata presidencial Verónika Mendoza, han roto con el mandatario acusándolo de traicionar las promesas de cambio y lucha contra la corrupción al poner a un notorio derechista en la presidencia del Consejo de Ministros y a ministros neoliberales en lo económico y ultraconservadores en lo social.

Para bajar el tono a las críticas al gobierno no basta con el cambio de Valer. Hay varios otros ministros cuestionados. El titular de Transportes también fue denunciado por agresión por su expareja y es un defensor de las mafias del transporte público informal.  El de Defensa, que minimizó las acusaciones de agresión contra Valer, está denunciado por su esposa por violencia psicológica. El de Interior está acusado por narcotráfico y abuso de autoridad cuando era policía. La de la Mujer y Poblaciones Vulnerables es una recalcitrante opositora a la igualdad de género y homofóbica. El de Cultura mandó en el pasado reciente por redes sociales mensajes racistas, xenófobos y contra la izquierda, El de Ambiente no tiene ninguna experiencia en el sector. El nuevo ministro de Economía es un tecnócrata neoliberal, cuyo nombramiento representa un regreso a esas políticas que el presidente ofreció cambiar. Su permanencia en el gabinete ratificaría el giro a la derecha dado por Castillo. Pero además de cambiar a los ministros cuestionados, Castillo tiene que darle a su gobierno un rumbo claro del que ahora carece, un rumbo que se reenganche con las promesas de cambio. Por las señales dadas por el mandatario no hay muchas esperanzas que eso ocurra. 

Fuente: Página 12

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