Zelenski en su propia telaraña | Opinión

“Un cambio drástico en la estrategia en y en la capacidad de Ucrania”, “Uno de los momentos tácticos más destacados del conflicto”, “Una lección magistral de guerra moderna”, “Se trató de un verdadero Pearl Harbor para Rusia”…

Los titulares de varios de los principales diarios de Estados Unidos y de Europa festejaron alborozados el ataque con drones de Ucrania a la flota de aviones de combates de Rusia como un “probable punto de inflexión” en el conflicto. Sin embargo, el gobierno de Volodímir Zelenski no sólo situó la actual guerra a otro nivel, sin medir las consecuencias de sus actos a corto plazo, sino que además contribuyó a incrementar, de manera exponencial, las tensiones entre ambos países.

El domingo 1° de junio, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) lanzó la Operación Telaraña, dirigida contra cuatro aeródromos militares de Rusia. Ciento diecisiete drones fueron transportados en camiones hábilmente camuflados que, una vez arribados a territorio ruso, fueron lanzados a distancia ya descubiertos los techos retráctiles, en una iniciativa audaz pero también precipitada.

La BBC y distintos medios difundieron las imágenes del ataque como si se trataran de los gráficos de juegos en línea. Y más allá de una impostada actitud pueril, lo cierto es que de ese acontecimiento se desprenden consecuencias que hacen temer una catastrófica escalada bélica.

La Operación Telaraña fue una acción extremadamente peligrosa porque su objetivo eran aviones estratégicos rusos preparados para operar misiles de crucero y armas nucleares. Los principales medios reaccionaron con una mezcla de ingenuidad y desconocimiento al atribuir el éxito del ataque al hecho de que las aeronaves se encontraban expuestas, en lo que consideraron un descuido o un fatal sentimiento de seguridad por parte del alto mando militar ruso.

Sin embargo, y según los términos del Nuevo Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (START, por sus siglas en inglés), un acuerdo de alto nivel entre los gobiernos de Estados Unidos y Rusia para la limitación y reducción de armamento nuclear, los bombarderos de alto poder destructivo deben permanecer visibles mediante monitoreo satelital. Este tipo de aeronaves deben estar estacionadas en bases designadas y señaladas para su posterior identificación.

Es cierto que Rusia se retiró del tratado Nuevo START tras el inicio del conflicto abierto con Ucrania, en febrero de 2022, al no estar dispuesta a permitir la inspección de sus instalaciones nucleares por fuerzas de la OTAN. Sin embargo, el gobierno de Vladimir Putin mantiene vigentes otros requisitos centrales, como una señal determinante para la vigencia de un acuerdo de importancia fundamental para el sostenimiento de la paz en todo el planeta.

Desde Moscú se considera que el ataque con drones llevado adelante por Ucrania disminuyó la eficacia futura de las fuerzas nucleares rusas. De acuerdo con los Principios Básicos de la Política Estatal de la Federación Rusa en Materia de Disuasión Nuclear, acciones como la desenvuelta por Kiev podrían justificar, desde ahora, la utilización de armas nucleares por parte de Moscú.

Frente a esta situación, el gobierno ucraniano no tardó en quedar envuelto en sus propias contradicciones. Si en un principio Zelenski afirmó que había destruido 41 aviones rusos, las grabaciones de video, certificaron en cambio un impacto real en apenas una decena de aeronaves.

Además, y si desde Kiev se pretendió presentar a la Operación Telaraña como una intervención de factura casi artesanal, en la que se utilizaron drones caseros de 400 dólares controlados a distancia por el propietario de la flota de camiones (un ex DJ apoyado por su pareja, especialista en literatura erótica); por otro lado, se señaló que la planificación de todo el ejercicio implicó al menos dieciocho meses de preparación, donde seguramente intervinieron expertos en inteligencia militar y con conocimiento directo de los actuales recursos aéreos con los que cuenta Rusia.

Resulta difícil creer que esta operación se haya desarrollado con éxito sin la colaboración de la OTAN y, en especial, sin el apoyo brindado por los servicios secretos británicos y, eventualmente, también por el de Estados Unidos, si bien el presidente ucraniano afirmó que no había informado a la Casa Blanca sobre la planificación del ataque, en una muestra evidente de las crecientes diferencias políticas y la desconfianza prevaleciente entre los gobiernos de Trump y de Zelenski.

Justamente, una de las principales críticas hacia la operación bélica provino de Keith Kellogg, el representante especial de los Estados Unidos para la resolución del conflicto entre Ucrania y Rusia. En una entrevista televisiva ocurrida el 3 de junio, expresó que Ucrania había llevado a cabo un “ataque muy audaz” contra aeródromos militares rusos y advirtió que la medida aplicada desde Kiev aumentaría significativamente el riesgo de una escalada militar, incluso, a un “nivel inaceptable” para Moscú. No son expresiones menores para un militar retirado, conocido por su ideología neoconservadora y, sobre todo, por sus opiniones abiertamente favorables a Zelenski.

Al día siguiente del ataque, los representantes de ambos países se reunieron en Estambul para reiniciar el proceso de conversaciones de paz. En otro gesto de provocación, la parte ucraniana pretendió imponer varios puntos innegociables para Moscú como su derecho a unirse a la OTAN, una decisión que dependería únicamente “del consenso dentro de la Alianza”, así como tampoco se aplicarían “restricciones al número, despliegue ni otros parámetros de las Fuerzas Armadas de Ucrania, ni al despliegue de tropas de estados extranjeros amigos en el territorio de Ucrania”.

Resulta evidente que Zelenski es hoy el principal responsable de la continuidad de una guerra que ya no tiene el apoyo directo de la Casa Blanca, pero que todavía es nutrida financieramente por gobiernos como los de Reino Unido, Francia y Alemania, principales impulsores de la “Coalition of the Willing”, la alianza de mandatarios caracterizada por su extrema rusofobia.

Sin mayores esperanzas de ganar un conflicto que se dilata en el tiempo sólo para beneficio de las corporaciones armamentistas, Kiev apela cada vez más a golpes de efecto, como los ataques con drones, pero también a un número creciente de atentados terroristas, con una actitud de victimización constante, y responsabilizando a Rusia por las consecuencias de sus propias acciones, absolutamente repudiables. No hay otra manera de explicar la organización de seis explosiones en trenes, vías y puentes ferroviarios en el sur de Rusia que, entre el 25 de mayo y el 6 de junio, causaron una importante cantidad de bajas civiles y cerca de un centenar de heridos.

Sin voluntad de aceptar una derrota inevitable, sobre todo, por sus propios intereses económicos y políticos, hoy Zelenski no deja de enredarse en una telaraña cada vez más extendida, robusta y compleja en la que, lamentablemente, las acciones terroristas aspiran a convertirse en una práctica habitual, común y corriente.  

Fuente: Página 12

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